Con motivo del reciente fallecimiento de la escritora Nadine Gordimer (Springs, Gauteng, 20 de noviembre de 1923 - Johannesburgo , 13 de julio de 2014, escritora sudafricana ganadora del Premio Nobel de Literatura el año 1991), comparto con todos el discurso que pronunció al recibir el Premio Nobel de Literatura.
Escribir y Ser
En el principio era la Palabra.
La Palabra estaba con Dios, significaba la Palabra de Dios, y la palabra
fue la Creación. Pero durante siglos de cultura humana la palabra
ha tomado otros significados, seculares y religiosos. Tener la palabra se ha
convertido en sinónimo de la máxima autoridad, con prestigio, con
asombro, algunas veces con peligrosa persuasión, busca tener el horario de
máxima audiencia en tv, en un programa de entrevistas , tener el don de
conversar y hablar en lenguas. La palabra vuela a través del espacio,
rebota desde los satélites, ahora más cerca de lo que jamás han estado del
cielo de donde se cree que provino. Pero su transformación más significativa
ocurrió para mí y mi raza hace largo tiempo, cuando por primera vez se talló en
una arcilla de barro o trazó en un papiro, cuando se materializó de sonido a
espectáculo, de ser escuchada a ser leída mediante una serie de signos, y
luego letra; y viajó a través del tiempo de pergamino
a Gutemberg. Esta es la génesis de la historia del
escritor. Es la historia que la escribió a ella o él para existir.
Fue, extrañamente, un proceso doble; crear al mismo tiempo al
escritor y el mismo propósito del escritor como una mutación en el protagonismo
de la cultura humana. Fue tanto una ontogénesis como l origen y
desarrollo del ser individual; y la adaptación, en la naturaleza de ese
individuo, específicamente a la exploración de la ontogenia: el origen y
desarrollo de ser individual. Porque nosotros, escritores, hemos
evolucionado para esta tarea. Como el prisionero encarcelado con el
jaguar en la historia de Borges “El Manuscrito de Dios”, que estaba tratando de
leer, con un rayo de luz que aparecía solo una vez al día, el significado de
ser en las manchas de la piel del animal, vivimos nuestras vidas
tratando de interpretar a través de las palabras el mundo del que formamos
parte a través de las lecturas que hacemos en las sociedades. En este sentido,
en esta participación inefable e inextricable, la escritura es siempre y
simultáneamente una exploración del yo y del mundo; del ser colectivo y del
individual.
Estar Aquí
Los humanos, los únicos seres dotados de autoconciencia, bendecidos o
malditos por esta facultad superior torturante, siempre hemos querido
saber por qué. Y no es sólo la gran pregunta ontológica de por qué estamos
aquí, a la cual las religiones y las filosofías han tratado de responder varias
personas durante diferentes épocas, y la ciencia tentativamente trata de dar
explicaciones luminosas y quizás vayamos a morir este milenio, como los
dinosaurios, sin haber desarrollado la comprensión necesaria para entendernos
como un todo. Desde que los humanos se volvieron auto-conscientes hemos buscado
explicaciones para los fenómenos comunes de la procreación, muerte, el ciclo de
las estaciones, la tierra, el mar, el viento, las estrellas, el sol, la luna,
la abundancia y el desastre. Con los mitos, los ancestros de los escritores,
los contadores de historias orales comenzaron a sentir y formular estos
misterios, usando los elementos de la vida diaria, la realidad observable y la
facultad de la imaginación -el poder de proyectar en lo oculto- para
hacer historias.
Roland Barthres preguntaba: ¿Cuáles son las características de los
mitos? Y respondía: Transformar un significado a una forma. Los mitos son
historias que actúan de mediador entre lo conocido y lo desconocido. Claude
Levi- Strauss: ingeniosamente des-mitifica el mito como un género entre un
cuento de hadas y una historia de detectives. Estamos aquí, pero no sabemos
quien lo ha hecho. Es grato que si no tenemos la respuesta, podemos inventarla.
El mito fue el misterio más la fantasía -los –ioses, animales antromorfizados y
los pájaros, la quimera, creaturas fantasmagóricas – que propone nuestra
imaginación como una clase de explicación al misterio. Los humanos y sus
creaturas amigas eran la materialidad de la historia, pero como escribió alguna
vez Nikos Kazantzakis: “El arte es la representación no del cuerpo, sino de las
fuerzas que crean el cuerpo”
Hay muchas explicaciones probadas de los fenómenos naturales ahora; y hay
nuevas preguntas que surgen de algunas de esas respuestas. Por esta razón, el
género del mito nunca ha sido totalmente abandonado, aunque tendemos a pensar
de él que es arcaico. Es confinado a los cuentos para dormir a los niños en
algunas sociedades, en partes del mundo protegidos por bosques o
desiertos de la mega cultura ha continuado vivo, para ofrecer arte como
un sistema de meditación entre el individuo y el ser. Y ha hecho un tumultuoso
retorno fuera del Espacio, un Ícaro en el avatar de Batman y los de su clase,
que nunca caen en el océano del fracaso al enfrentar a las fuerzas dela vida.
Estos nuevos mitos, sin embargo, no buscan tanto iluminar dar respuestas
como distraer, proveer una ruta de escape fantástica para las personas que ya
no quieren enfrentar el peligro de dar respuesta a los terrores de su
existencia. (Quizás sea saber positivamente que ahora el ser humano posee los
medios para destruir todo el planeta, el miedo que tienen de volverse ellos
mismos dioses, condenados a su propia existencia continuada, lo que ha creado a
los escapistas del mito de los comics y películas). Las fuerzas del ser
permanecen. Son con lo que el escritor, como algo distinto del hacedor de mitos
contemporáneo, trabaja, como hacía el mito en su antigua forma anhelaba hacer.
Los estudiantes literarios estudian más que nunca como los escritores
enfocan este compromiso y experimentan con él. El escritor en relación a la
naturaleza de la realidad percibida y lo que hay más allá – la realidad
imperceptible- es la base de todos estos estudios, sin importar que como
etiqueten los conceptos resultantes y sin importar en que micro archivo
categoricen a los escritores, guardándolos en los anales de la histografía
literaria. La realidad se construye de muchos elementos y entidades, vistas y
no vistas, expresadas y no expresadas para dejar espacio en la mente para
respirar. Sin embargo, lo que se concibe como el análisis psicológico a los
estudios modernistas, post-modernistas, estructuralistas,
post-estructuralistas, todos los estudios literarios buscan el mismo fin: poder
decir consistentemente (¿y que es la consistencia sino el principio escondido
dentro del acertijo?) a través de una metodología definir cómo toma el escritor
las fuerzas de la vida. Pero la vida es aleatoria en si misma; constantemente
es jalada y modificada por las circunstancias y los diferentes niveles de
conciencia. No hay un puro estado del ser, y no hay un texto puro, “real”,
totalmente incorporando lo aleatorio. No puede alcanzarse con ninguna
metodología crítica, aunque los intentos sean interesantes. Desarmar un texto
es siempre una contradicción, pues desarmar es hacer otra construcción con los
pedazos, como lo hace Roland Barthres tan fascinantemente y lo admite en
su disección lingüística y semántica de la historia de Balzac “Sarrasine”. Así
que los escolares literarios terminan siendo también, una especia de contadores
de historias.
¿Será que no hay otra manera de llegar a un entendimiento más que a través
del arte? Los escritores mismos no analizan lo que hacen; analizar sería ver
hacia abajo mientras se cruza un cañón en una cuerda. Decir esto no es
mistificar el proceso de la escritura, sino hacer una imagen de la intensa
concentración interna que el escritor debe tener para poder cruzas los abismos
de lo aleatorio y hacerlos palabras de uno mismo, así como el explorador planta
una bandera. “El impulso solitario del deleite” de Yeats en el vuelo solitario
del piloto, y su “belleza terrible” nacida de su crianza , tanto opuesta como
conjunta; E.M. Forrester y su modesta “única conexión”; la elección de Joyce
del astuto “silencio, ingenioso y exilio”; más contemporáneo Gabriel García
Márquez y su laberinto en que el poder sobre los otros, en la persona de Simon
Bolivar, lleva a esclavitud del único poder que no se puede asir, la muerte
–estos son algunos ejemplos de las variadas maneras en que un escritor enfrenta
el estado del ser frente al mundo. Cualquier escritor con algo de valía espera
poder ser una antorcha de luz – y raramente a través del genio, una súbita flama-
al cuerpo y sin embargo, bello laberinto de la experiencia humana, de ser.
¿ Teniendo la palabra, cómo es que el escritor se convierte en uno?
Soy, lo que supongo que podría llamarse, una escritora natural. No
decidí convertirme en una. Y al principio, no creía ni esperaba
poder vivir de ser leída. Escribía cuando niña con el gozo de aprehender la
vida a través de mis sentidos –el cómo las cosas se veían, olían-; y pronto las
emociones que me intrigaban o me enfurecían y que tomaban forma, encontraron
una iluminación, solaz y gozo enmarcado en la palabra escrita […]. Mi escuela
estaba en la librería local. Por nombrar solo algunos a los que debo mi propia
existencia como escritor: Proust, Chekhov y Dostoyesky, fueron mis maestros. En
ese periodo de mi vida yo era la evidencia de la teoría de que los libros están
hechos de otros libros…[…]
Con la adolescencia […] Hay nuevas percepciones. El escritor comienza a ser
capaz de entrar en otras vidas. El proceso de permanecer apartado y estar
involucrado llega. Sin saberlo, había estado hablando de mi misma en el tema de
la existencia, cuando en mis primeras historias había un niño
contemplando la muerte y el asesinato y necesita terminar con un
estallido violento, una paloma que es acometida por un gato, o donde hubiera
una consternación y conciencia temprana del racismo que veía cuando
caminaba a la escuela, y en el camino pasaba a tenedores de tiendas, ellos
mismos inmigrantes del este de Europa, que tenían el rango más bajo en la
escala social de la colonia angloparlante de los blancos en la ciudad minera,
apenas más que aquellos que la sociedad colonial ponía hasta abajo de todos,
vistos como menos que humanos: Los mineros negros que compraban en esas
tiendas. Solo muchos años después me di cuenta de que si yo hubiera sido una
niña de esa categoría –negra- podría no haberme convertido en escritora, pues
lo que la librería me permitió hacer por mí le estaba negado a cualquier niño
negro.
Hablarles de uno mismo a los demás es el siguiente paso del desarrollo del
escritor. Publicar para quien quiera que leyera lo que escribía. Eso era
lo que creía natural e inocentemente que significaba ser publicado, y aún
lo creo, a pesar de que me doy cuenta de que la mayoría de las personas se
rehúsan a creer que el escritor no tiene una audiencia especial en mente; y me
doy cuenta también de las tentaciones, conscientes o inconscientes, que tientan
al escritor a mantener en la esquina del ojo quien se ofenderá, quien aprobará
lo que está en la página –una tentación que, como la mirada esquiva de
Eurídice, llevará al escritor de nuevo a las Sombras de un talento
destruido.[…] Borges dijo una vez que escribía para sus amigos y para pasar el
tiempo. Creo que esto fue una respuesta frívola a la vulgar pregunta, con frecuencia
acusación, de ¿para quién escribes?, casi como el consejo de Sartre de
que había veces en que el escritor debía dejar de escribir y tomar acción
cuando le llegara la frustración de un conflicto no resuelto entre la aflicción
y la injusticia en el mundo, sabiendo que lo mejor que podía hacer, era
ponerse a escribir. Tanto Borges como Sartre, desde sus extremos totalmente
diferentes de negar el propósito social de la literatura, eran
perfectamente conscientes de que la escritura tiene un rol social implícito e
inalterable al explorar el estado de la existencia, del que se derivan los
demás roles: personales, entre amigos, públicos y de demostración de protesta.
Borges no estaba escribiendo para sus amigos, pues publicó y gracias a ello
hemos recibido la recompensa de su trabajo. Sartre no dejó de escribir, aunque
participó en las barricadas de 1968.
La cuestión de para quien escribimos persigue al escritor, como una lata
amarrada a cada trabajo que publicamos. Tintinea sobre todo cuando interfiere
de manera tendenciosa con la alabanza o denigración. En este contexto,
Camus manejó la cuestión mejor. Dijo que a él le gustaban los individuos que
tomaban bandos más de lo que la literatura podía hacer. “Uno sirve a a todos
los hombres o no lo sirve para nada. Y si el hombre necesita pan y justicia, y
si lo que debe hacerse se tiene que hacer para satisfacer sus necesidades,
también necesita belleza pues esto es el pan del corazón”. Así Camus pedía
“Valentía y talento en el propio trabajo” Y García Márquez redefinió la ficción
tiernamente así: “La mejor manera en que un escritor puede servir a una
revolución es escribir tan bien como pueda hacerlo”
Creo que estas dos declaraciones pueden ser un credo para los que
escribimos. No resuelven los conflictos que habrán de venir, y continuarán
llegando, a los escritores contemporáneos. Pero dejan ver llanamente una
posibilidad honesta de hacerlo, toman la cabeza del escritor y la giran hacia
su existencia: la razón de la existencia como escritor, y a la razón
de la existencia como un ser humano responsable; actuando como cualquier otro
dentro de un contexto social.
Estar aquí: en un tiempo y lugar particular. Esta es la posición
existencial con implicaciones particulares para la literatura. Czeslaw Milosz
una vez escribió: ¿Qué es la poesía si no sirve a las naciones o las personas?
Y Brecht escribió de un tiempo donde “hablar de árboles es casi un crimen”.
Muchos de nosotros hemos tenido esos pensamientos mientras vivimos y escribimos
en tales épocas, y la solución de Sartre no nos hace sentido en un mundo donde
los escritores eran, y todavía son, censurados y se les prohíbe escribir;
donde, lejos de abandonar el mundo, las vidas estaban y están en riesgo y
tienen que sacarse de las prisiones de contrabando en pedazos de papel. El
estado de la existencia cuya ontogénesis hemos explorado ha incluido
abrumadoramente tales experiencias. Nuestra visión, en palabras de Nikos
Kazantzakis es “tomar una decisión que armonice con el imponente ritmo de
nuestro tiempo”
Algunos hemos visto nuestros libros yacer sin ser leídos por años en
nuestros propios países, prohibidos, y hemos seguido escribiendo. Muchos
escritores han ido a la cárcel […]fueron a prisión porque fueron valientes al
mostrar sus vidas, y han seguido tomando el derecho, como los poetas, de hablar
de los árboles. Muchos de los grandes, desde Thomas Mann a Chinua Achebe,
expulsados por un conflicto político y la opresión de diferentes ciudades, han
soportado el trauma del exilio, del que nunca se recuperan como escritores, y
algunos ni siquiera sobreviven (pienso en los sudafricanos Can Themba, Alex la
Gunna, Nat Nakasa, Todd Matshikiza). Y algunos escritores, abarcando medio
siglo desde Joseph Roth a Milan Kundera, han tenido que publicar nuevos
trabajos primero en una lengua que no era la suya, en un lenguaje extranjero.
Y entonces en 1988 el ritmo aterrador de nuestro tiempo apresuró un frenesí
sin precedentes en el que el escritor fue convocado al mundo. En el amplio
periodo del tiempo moderno desde la Ilustración los escritores han sufrido el
oprobio, prohibiciones e incluso el exilio no sólo por razones políticas.
Flaubert fue llevado a la corte por indecencia por su Madame Bovary;
Stindberg fue procesado por blasfemia por su Marrying; Lawrence y
su Amante de Lady Chtterley fue prohibido –ha habido muchos
ejemplos de la llamada ofensa a la burguesía hipócrita, así como ha habido
traiciones en contra de las dictaduras políticas. Pero en un período donde no
se hubiera creído escuchar en naciones como Francia, Suiza y Londres estos
cargos en contra de la libertad de expresión, se ha levantado una fuerza que
lleva su abominable autoridad más allá de las extendidas costumbres sociales, y
mucho más poderoso que el dominio de un solo régimen político. Un edicto por
parte de una religión ha sentenciado a un escritor a su muerte.
Durante más de tres años, donde quiera que esté escondido, a donde quiera que
vaya, Salman Rushdie vive bajo un edicto religioso o fatwa. No hay asilo
para él en ningún lado. Cada mañana cuando este escritor se sienta a escribir,
no sabe si vivirá para terminar el día, ni siquiera si alcanzará a llenar la
hoja. Salman Rushdie es un brillante escritor, y la novela por la que se
dio esto Los Versos Satánicos, es una exploración innovadora de una
de las experiencias más intensas del ser en nuestra era: la personalidad
individual transitando entre dos culturas obligadas a estar juntas en un mundo
post-colonial. Todo se re-examina bajo la refracción de la imaginación; el
significado del amor filial y sexual, los rituales de la aceptación social, el
significado de la fe religiosa formativa de los individuos es despojada de su
subjetividad por circunstancias de sistemas de creencias diferentes y opuestos,
religiosos y seculares, en un contexto de vida diferente. Su novela es una
verdadera mitología. Pero a pesar de que ha hecho por la consciencia
post-colonial en Europa lo que Gunter Grass hizo por la post-Nazi con su
libro El Tambor de Hojalata y Dog Years, quizá
incluso trató de alcanzar lo que Beckett hizo por nuestra angustia existencial
en Esperando a Godot, el nivel de su logro no debería importar.
Incluso si fuera un escritor mediocre, su situación es de gran preocupación
para cada compañero escritor, no sólo por su aprieto personal, sino por lo que
implica, ¿qué nuevas amenazas para el porteador de la palabra hay? Esto debe
preocuparles a todos los individuos y más que a nadie, a los gobiernos y las
organizaciones de derechos humanos alrededor del mundo. Con las dictaduras
aparentemente erradicadas, este dictado asesino invocando el poder
internacional del terrorismo en el nombre de una gran religión, que es
respetada, debe y puede ser vista por gobiernos democráticos y las
Naciones Unidas como una ofensa contra la humanidad.
[…] En los gobiernos represivos en cualquier lugar -ya fuera en el bloque
soviético, América Latina, África, China- la mayoría de los escritores en
prisión han sido alejados de sus actividades como ciudadanos buscando la
liberación de la opresión de la sociedad a la que pertenecen. Otros han sido
condenados por gobiernos represivos por servir a la sociedad escribiendo tan
bien como puedan hacerlo; pues esta empresa estética nuestra se convierte en
subersiva cuando los pequeños secretos de nuestro tiempo se exploran con
profundidad, a través de la integridad de la conciencia del ser del artista que
manifiesta la vida que hay a su alrededor; y es entonces cuando los temas del
escritor y sus personajes inevitablemente se forman por las presiones y
distorsiones de esa sociedad tal como la vida del pescador está determinada por
el poder el mar.
Hay una paradoja. Al retener esta integridad, el escritor muchas veces debe
arriesgar tanto ser llamado a juicio por el estado bajo el cargo de traición,
como por liberar las fuerzas de reclamo por un compromiso ciego. Como ser
humano, ningún escritor puede rebajarse a la mentira del “balance” maniqueo. El
diablo siempre tiene plomo en sus zapatos cuando se pone de un lado de la
balanza. Sin embargo, parafraseando a García Márquez cuando habla de ser
escritor y luchador de la justicia, el escritor debe tener el derecho de
explorar, verrugas y todo, tanto al enemigo como al amado camarada de armas, ya
que sólo una búsqueda de la verdad crea el estado de la existencia, sólo la
búsqueda de la verdad se enfila hacia la justicia […] De manera literaria, de
la vida “pasamos a través de los rostros de los otros, leemos en cada ojo que
vemos…nos ha tomado vidas ser capaces de hacerlo” estas con las palabras de un
poeta y luchador por la justicia y la paz sudafricano, Mongane Serote.
El escritor servirá a la humanidad mientras use la palabra en contra de sus
propias lealtades, confíe en el estado de la existencia, como se vaya
revelando, y sostenga en algún lugar sus filamentos complejos del cordón de la
verdad, capaz de amarrar, aquí y ahí, artísticamente: confíe en el estado del
ser para que ceda el paso a algunas frases de la verdad, quees la palabra final
de todas las palabras, nunca cambiada por nuestros esfuerzos que tropiezan para
pronunciarlo y escribirlo, nunca cambiado por mentiras, por sofismas
semánticos, por medio de ensuciar la palabra con objetivos racistas, sexistas,
prejuiciosos, dominantes, la glorificación de la destrucción, las maldiciones y
las canciones de alabanza.
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