Norberto PANNONE, amigo y colaborador de esta revista,
publica un relato en el blog de ASOLAPO-Argentina.
LA
CAÍDA
Se alzó cuidadosamente,
ensayó algunos pasos, trotó y luego, sin molestia alguna, comenzó aquella
maravillosa carrera. Sus piernas,
pesadas al comienzo, parecían tan livianas como las alas de un colibrí. Corrió,
corrió, corrió… Corrió hasta que la ardiente tarde de verano le mojó el cuerpo
de sudor y la respiración se le hizo dificultosa y jadeante. El suelo, a veces
llano y suave, le permitía adelantarse con increíble levedad. La blandura de la
hierba amortiguaba el apoyo de sus pasos sobre el piso, dejándole una fresca y
agradable sensación de renovada alegría. Su corazón latió rebosante al recibir
el líquido vital que llegó limpio y vigoroso hasta la aurícula y el ventrículo
izquierdo. Su cerebro, embebido de endorfinas, activó sus recuerdos de niño,
allá, en los terrenos del barrio donde correteaba con sus amigos en busca de
las mariposas y los duendes propios de la niñez. Los recónditos caprichos del
soñar lo llevaron a otro plano dimensional y pudo oír claramente los vítores de
los partidarios cuando pateó aquel tiro libre en el minuto final del encuentro.
Evocó detalladamente con que precisión colocó el perfil interno del empeine de
su pie derecho bajo la curva inferior de la pelota a fin de obtener la comba
precisa y la fuerza necesaria en el puntapié genial. Con orgullo de líder, le
pareció escuchar otra vez los rugidos de la hinchada del club. Con su patada
magistral, la pelota, en una trayectoria prodigiosa, entró sin dificultad en el
ángulo superior derecho del arco contrario. Ahora, en los meandros del sueño,
el terreno se puso escabroso y algunas piedras dificultaban su avance, más,
aquella levedad de sus extremidades le permitió esquivarlas con saltos precisos
y elegantes. De pronto, en un tonto descuido, no pudo advertir el montículo de
tierra y se torció el tobillo derecho. Cayó retorciéndose por el dolor. Miró su
pierna y vio espantado la fractura expuesta de peroné. Se sintió caer
pesadamente sobre el piso y la crueldad del sufrimiento acabó con su conciencia.
La noche del dolor terminó oscureciendo la tarde de sol. -¡Basta por favor! ¡No
aguanto más el dolor! ¡Mi pie, mi pie! -Gritó al despertarse después de tantos
días de coma- -¡¿Dónde te duele?! -¡El pie derecho! ¡Creo que me lo he
fracturado! ¡Llamen al médico por favor!!! -¡Basta de moverte!, quédate quieto
que ya pasará… -¡Por favor, no doy más! ¡Hagan algo! ¡Mi pieeee! ¡Me duele
hasta el alma!! ¡No puedo parar de moverlo, si lo dejo quieto siento que los
garfios del demonio me lo destrozan!!! ¡Traigan hielo que me quema!!! Una de
las asistentes lo miró compasivamente; en un curso de capacitación, había oído
de aquel asunto del “del síndrome del miembro fantasma”. Mientras las
enfermeras luchaban para inyectarle la morfina, su mujer, que lo estaba cuidando
desde el principio, se levantó de la silla que ocupaba al lado de la cama y se
acercó a la ventana de la habitación desde donde se divisaba el enfermizo
parque del hospital. Dos silentes y amargos lagrimones se deslizaron por sus
mejillas. Recordó la maldita diabetes, la gangrena y el diagnóstico fatal y
definitivo del cirujano cuando, un mes atrás, le comunicó que la única solución
era la amputación de la pierna a la altura de la rodilla. Estuvo largo rato allí, hasta que los gritos
de dolor que profería su marido fueron decreciendo hasta transformarse en una
exigua queja de un adagio angustiante. Sin volver la cabeza, imaginó que el
pobre se estaría adormeciendo y que su dolor menguaría en unos instantes más.
Afuera, debajo del viejo roble que crecía en el parque, dos chicos jugaban con
una gastada pelota de futbol.
Norberto Pannone© Octubre
de 2015
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