Eduardo Sanguinetti
Ene 9
En Argentina y Uruguay, el
asesinato de la niña argentina Lola Chomnalez caló muy hondo. Este terrible
homicidio que se replica en miles de chicas como Lola, menores de edad, me
lleva a sentir y meditar en intuición y sensibilidad.
Las palabras del jefe de policía
de Rocha, al encontrar el cuerpo sin vida de la niña (“es un caso muy
complicado”) devienen en que medite y manifieste que este señor tenía razón.
¿Ningún periodista le preguntó por qué aseveró algo así?
Me pregunto, como se preguntarán
ustedes: ¿por qué la mataron? Si fueron todos estos hombres que están siendo
indagados, trabajadores de la zona de Valizas o cercanías ¿por qué no hubo
abuso sexual? ¿No la habrán vendido a Lola? Si ha sucedido esto, debe ser
alguien con contactos en los poderes, que tiene sus vasos comunicantes con los
proxenetas, habilitados al comercio de menores, trata de blancas o como se
prefiera denominarlo, con total impunidad, desde sus simuladas empresas de
contratar mujeres menores de edad.
Dicen que la asesinaron un
domingo, luego un sábado; ¡ah! no existe rastro de ADN en las uñas de Lola,
nada que nos lleve a una pista, nada. No creo en psicópatas extraños sueltos
por las playas de Valizas; no lo creo. La clave se encuentra en otro sitio, no
tengo idea dónde, pero no en estos indagados a repetición, los “perejiles de
siempre”. Sucede, además, que se puede abrir un panorama que complique a los
que usan y abusan de su posición de poder: toda la lacra que paga por abusar de
menores.
La carta del intendente de Rocha
me parece demasiado superficial, mediocre; queda bien con todos menos con la niña
asesinada. No olvidemos que estamos hablando del horrendo crimen de una menor
impecable en su vida, como estudiante, deportista, buena amiga de sus amigos,
sana y con un futuro que ya no será, como relataban los medios.
No ignoramos que la trata de personas,
en este caso menores de edad, es una atroz rutina que en el planeta parece
estar a la orden del día y pareciera no haber modo de terminar con este
flagelo. Si alguien es un sospechoso puntual, quizás no lo demoran demasiado,
no vaya a ser que hable y quién sabe adónde iríamos a dar: con los “peces
gordos” como se los denomina en el argot popular. ¿Por qué tanto temor? El
asesino es un demente, sin dudas, pero ¿enviado como sicario por otro demente?
Equivocarse siempre es una posibilidad, claro, pero no descarto nada.
Posibilidad desmesurada ante la
incertidumbre que plantea el caso. Se abre un abanico de posibilidades que no
se están tomando en cuenta. ¿Lola sabía “algo” sobre “alguien” o un grupo, que
operaban en asuntos delictivos y eso la llevaría a ser asesinada? No soy un
Sherlock Holmes, ni lo quiero ser, pero si el caso es complicado, demos espacio
a todo lo que la imaginación nos lleve; creo es justo, por Lola y por todas las
niñas que son asesinadas en ambas márgenes del Plata.
Todo me parece de una morosidad
y morbosidad aberrante; pero no dudo que algún cabo suelto existe. La historia
debe ir por otro lado. Y el padre, con su hija muerta, dice “desconfiaba del
marido de la madrina”. Me pregunto, como muchos/as se preguntarán: si realmente
desconfiaba, ¿por qué la envió a la gurisa a esa casa? Disculpen, pero este
asesinato me golpeó, como —supongo— ha golpeado a todos los seres que desean
una justicia que accione de manera independiente, en coraje, idoneidad,
capacidad y sin condicionamientos.
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