Susana Simón Cortijo |
Muy buenas tardes a todos, agradezco mucho el poder participar en un programa como este que rebosa cultura por todas partes y que el nombre Pluma y Tintero desde Madrid para el mundo entero, asusta un poco, pero eso es lo que se pretende que todo el mundo lo oiga, disfrute y, si además se aprende, algo mejor que mejor.
Tengo
que decir que este grano de arena que yo voy a aportar con esta sección, no por
ser pequeño es menos importante, tenemos que dejar que los niños se acerquen a
la literatura (y a la radio en este caso), como muchos lo hemos hecho, sobre
todo los que tenemos esa maravillosa edad de los taitantos, que nos quedábamos atentísimos oyendo los cuentos
radiofónicos, así que vamos a hacernos todos un poco niños y a escuchar.
En
primer lugar voy a leer un cuento que se llama LA CAJA DE FÓSFOROS, que no hay
que confundir con La niña de los fósforos, que es otro distinto, este es de la
colección Fulgor de Ediciones Toray,
está adaptado por Eugenio Sotillos. Después leeré el relato de Hans Christian Andersen que da nombre a esta revista, al programa de radio y al taller literario: "PLUMA Y TINTERO" y, para finalizar el Rincón del Cuento Infantil, lo haré recitando un poema de Virginio Rodolfo Leiro, .
Pluma y tintero
Hans Christian Andersen
En el despacho de un
escritor, alguien dijo un día, al considerar su tintero sobre la mesa:
-Es sorprendente lo que
puede salir de un tintero. ¿Qué va a darnos la próxima vez? Es bien extraño.
-Lo es, ciertamente
-respondió el tintero-. Incomprensible. Es lo que yo digo -añadió, dirigiéndose
a la pluma y demás objetos situados sobre la mesa y capaces de oírlo-. ¡Es
sorprendente lo que puede salir de mí! Es sencillamente increíble. Yo mismo no
podría decir lo que saldrá la próxima vez, en cuanto el hombre empiece a sacar
tinta de mí. Una gota de mi contenido basta para llenar media hoja de papel, y,
¡cuántas cosas no se pueden decir en ella! Soy verdaderamente notable. De mí
salen todas las obras del poeta, estas personas vivientes que las gentes creen
conocer, estos sentimientos íntimos, este buen humor, estas amenísimas
descripciones de la Naturaleza. Yo no lo comprendo, pues no conozco la
Naturaleza, pero lo llevo en mi interior. De mí salieron todas esas huestes de
vaporosas y encantadoras doncellas, de audaces caballeros en sus fogosos
corceles, de ciegos y paralíticos, ¡qué sé yo! Les aseguro que no tengo ni idea
de cómo ocurre todo esto.
-Lleva usted razón -dijo
la pluma-. Usted no piensa en absoluto, pues si lo hiciera, se daría cuenta de
que no hace más que suministrar el líquido. Usted da el fluido con el que yo
puedo expresar y hacer visible en el papel lo que llevo en mi interior, lo que
escribo. ¡Es la pluma la que escribe! Nadie lo duda, y la mayoría de hombres
entienden tanto de Poesía como un viejo tintero.
-¡Qué poca experiencia
tiene usted! -replicó el tintero-. Apenas lleva una semana de servicio y está
ya medio gastada. ¿Se imagina acaso que es un poeta? Pues no es sino un criado,
y, antes de llegar usted, he tenido aquí a muchos de su especie, tanto de la
familia de los gansos como de una fábrica inglesa. Conozco la pluma de ganso y
la de acero. He tenido muchas a mi servicio y tendré aún muchas más, si el
hombre de quien me sirvo para hacer el movimiento sigue viniendo a anotar lo
que saque de mi interior. Me gustaría saber qué voy a dar la próxima vez.
-¡Botijo de tinta!
-rezongó la pluma.
Ya anochecido, llegó el
escritor. Venía de un concierto, donde había oído a un excelente violinista y
había quedado impresionado por su arte inigualable. El artista había arrancado
un verdadero diluvio de notas de su instrumento: ora sonaban como argentinas
gotas de agua, perla tras perla, ora como un coro de trinos de pájaros o como
el bramido de la tempestad en un bosque de abetos. Había creído oír el llanto
de su propio corazón, pero con una melodía sólo comparable a una magnífica voz
de mujer. Se diría que no eran sólo las cuerdas del violín las que vibraban,
sino también el puente, las clavijas y la caja de resonancia. Fue
extraordinario. Y difícil; pero el artista lo había hecho todo como jugando,
como si el arco corriera solo sobre las cuerdas, con tal sencillez, que
cualquiera se hubiera creído capaz de imitarlo. El violín tocaba solo, y el
arco, también; lo dos se lo hacían todo; el espectador se olvidaba del maestro
que los guiaba, que les infundía vida y alma. Pero el escritor no lo había
olvidado; escribió su nombre y anotó los pensamientos que le inspirara:
«¡Qué locos serían el
arco y el violín si se jactasen de sus hazañas! Y, sin embargo, cuántas veces
lo hacemos los hombres: el poeta, el artista, el inventor, el general. Nos
jactamos, sin pensar que no somos sino instrumentos en manos de Dios. Suyo, y
sólo suyo es el honor. ¿De qué podemos vanagloriarnos nosotros?».
Todo esto lo escribió el
poeta en forma de parábola, a la que puso por título: «El maestro y los
instrumentos».
-Le han dado su
merecido, caballero -dijo la pluma al tintero, una vez volvieron a estar solos-.
Supongo que oiría leer lo que ha escrito, ¿verdad?
-Claro que sí, lo que le
di a escribir a usted -replicó el tintero-. ¡Le estuvo bien empleado por su
arrogancia! ¡Cómo es posible que no comprenda que la toman por necia! Mi
invectiva me ha salido desde lo más hondo de mi entraña. ¡Si sabré yo lo que me
llevo entre manos!
-¡Vaya con el tinterote!
- rezongó la pluma.
-¡Barretintas! -replicó
el tintero.
Y los dos se quedaron
convencidos de que habían contestado bien; es una convicción que deja a uno con
la conciencia sosegada. Así se puede dormir en paz, y los dos durmieron muy
tranquilos. Sólo el poeta no durmió; le fluían los pensamientos como las notas
del violín, rodando como perlas, bramando como la tempestad a través del
bosque. Sentía palpitar en ellos su propio corazón, un vivísimo rayo de luz del
eterno Maestro.
Sea para Él todo el
honor.
FIN
UNA SITUACIÓN COMPLEJA
¡La situación es
compleja!
Le comentaba
una almeja
que había
llegado a vieja
a una inquieta
comadreja
que acompañaba
una oveja.
en lomos de una
coneja
que iba
saltando una reja.
Tropezó con una
teja
¡y al suelo
cayó la abeja!
Un ¡behee!
largo de la oveja,
se asustó la
comadreja,
se hundió en la
arena la almeja
y disparó la
coneja!
¡Que situación
mas compleja!
¡Nada pasó!
Pues la abeja,
apenas frunció
la ceja
y despreciando
la teja,
sin buscar a la
coneja,
sin mirar la
comadreja,
sin reparar en
la almeja
ni en el susto
de la oveja,
a todo el
conjunto deja
y rauda y veloz
se aleja
hacia su
colmena vieja.
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